viernes, 28 de noviembre de 2008

El gato



Acaba noviembre. Atrás quedaron las fiestas que honran a los muertos, que festejan a los espíritus y que le plantan cara al miedo con una sonrisa al menos una vez al año.
Es curiosa la manera tan diferente en que empiezan los dos meses con que se remata el periodo anual. En uno se vuelve la vista hacia los que se quedaron en el camino, aquellos que nos amaron y a los que amamos. Conforme avanza el mes, vamos añadiendo una lucecita aquí y otra allá hasta que extendemos una alfombra roja para dar la bienvenida a diciembre con su, cada vez más fastuosa e hipnótica, Navidad.

Antes de meterme de lleno en el camino de bombillitas y generalizados buenos deseos, quisiera retornar al misterio en el que no entré cuando era el momento "oficial". Todavía es noviembre.

Compartamos un relato que forma parte de la historia de mi familia desde hace más de medio siglo. Siempre que se lo oía contar a mi madre, unos dedos invisibles recorrían mi espalda hasta llegar a mi nuca, donde conseguían hacer que toda yo me estremeciese.

No es ficción.


"¡Ahí va! ¡Qué cerval!- dijo Angel, sentado al lado del fuego. El gato estaba debajo de su silla. Era la primera vez que lo veían. Blanco impoluto, no se veía un gato así por aquellos lares.

Al amor de la lumbre, estaba toda la familia, Eugenia, la madre, viuda doliente de Rogelio Pozo, y los hijos. Al mayor, José, le seguían Angel y Pedro, la única hija, Virtudes, y el pequeño, Rogelio, aquejado de una grave neumonía que daba sus últimos coletazos.

El pequeño pasaba sus ratos entre el sofá y la cama, descansaba y comía lo que el resto de la familia le procuraba con ansia para mejorar su estado. Estaba débil pero resistía, luchaba por una vida joven, porque las lágrimas no volvieran a los ojos de su madre y por seguir al lado de su Virtudes, ¡tan luchadora, tan cuidadosa, tan amante y tan nec
esitada de apoyo! El gato se acostó a sus pies y ya no se separó de él. Cuando el sol se ponía y Rogelio se iba a su habitación, el gato se echaba a los pies de su cama. Cuando el niño, de catorce años, se levantaba para pasar el día en la cocinilla al lado del fuego, el gato le acompañaba y se quedaba todo el día con él.

La familia, que en un principio no había reparado en él, los gatos entraban y salían de
las casas a voluntad porque las puertas estaban siempre abiertas para los animales y las personas, empezó a preguntarse de quién era aquel animal. Era diferente, nunca se había visto un gato así. Los hermanos empezaron a pedir razón a los vecinos. Nadie sabía nada, nadie lo había visto, no era de nadie. Pero estaba ahí, era la sombra de Rogelio, paso que daba el muchacho, paso que el gato daba con él. Nadie le vio comer ni beber en el tiempo que estuvo en la casa, parecía alimentarse del aliento del niño.

Con los días, la salud del pequeño empezó a decaer, las fuerzas ya no le permitían levantarse de la cama y los suyos le rodearon en la habitación, velaron su sueño y su respiración, rezaron a su lado y pidieron por él mientras luchaban por un pequeño rayo de esperanza.

El gato siempre. El gato con él. El gato no dejo sus pies. No comió. No bebió. Le confortaba.

Era de madrugada. Hacía quince días que el gato apareció al lado de la lumbre. Eugenia velaba a su hijo. Había dormido tranquilo, sereno. De repente, abrió los ojos y levantó la cabeza:
-¡Ya se va!-dijo Rogelio.
-¿Quién se va?-le preguntó expectante su madre.
La respuesta no llegó. Su alma se fue suavemente, mientras un manto de dolor caía sobre la casa.

Nadie volvió a ver al gato.

Mi madre, su hermana, Virtudes, nos contó cómo con el tiempo la familia fue consciente de cómo el gato se había ido delante de Rogelio, de cómo se preguntaron quién era aquel que había abierto el camino y se lo llevó consigo".



¿Quién no se ha preguntado alguna vez que hay detrás de la mirada de un gato?


martes, 25 de noviembre de 2008

Esperando la luz - 2



Esta es la segunda entrega de los poemas de mi libro "Esperando la luz".
Cuando escribía el libro, cuando le puse nombre, pensaba que la luz es algo que llega a la vida de las personas. Ni por un momento creí que la luz es algo que podemos crear nosotros, que está en nuestro interior y es lo que podemos ofrecer de nosotros mismos.

Entonces todo lo que no era como yo esperaba, era una tragedia, las tinieblas se abatían sobre mí y el alimento de mis escritos era la desesperación.
¡Con qué pasión tan desgarrada se viven las cosas a los veinte años!
Todo es blanco o es negro. Y por eso, todo lo que no es luz es oscuridad. El tiempo y su sabiduría nos enseñan a apreciar los matices y, quizás es entonces cuando descubrimos la Serenidad. Pero de eso hablaremos otro día.
De momento, dejo aquí unas pinceladas de mis dramas amorosos.

6

Siento que se me ha secado
la fuente del corazón.
Muy grande fue mi pecado:
no atender a la razón.

7

No saber quién te hiere
y quién te mata;
quién, con dulces palabras,
te abandona,
y quién con aprendidas artimañas,
el dueño de tu amor
y su persona,
te arrebata.

Quién al triste destino
te abandona
sin dar un paso en falso
ni con prisa,
y a quién le preocupa
más su persona
que el brillo de tus ojos
y tu risa.

8

Dulce castigo que me sostuviste
noches y días con una esperanza.
Dolor callado que a mi vida diste
fuego de dudas y de confianza.

Hoy que te pierdo, pues de mí te alejas,
sólo quiero pedirte una ventura:
no juegues con mi alma, pues la dejas
perdida en la niebla de la amargura.

Si un día fuiste luz para mis ojos
y fuiste faro para mi camino,
hoy eres la razón de mis enojos,

y en tal manera forjas mi destino,
que en la renuncia que en mi pecho alojo
se halla la estrella que guía mi sino.

.....

¡Ahí queda eso!

domingo, 16 de noviembre de 2008

Ella



Ella se fue dulcemente. Yo tenía una de sus manos entre las mías, mi hermana apretaba la otra. Mi padre la acariciaba.
Hoy hace un año de su marcha.
Con ella se fue mi ilusión por brindarle mi felicidad con cada uno de mis pasos adelante en la vida.
Con ella se fue el amor más cierto que tendré nunca.
Su marcha me dejó el vacío. ¿Cómo puede haber un vacío tan grande en un lugar tan pequeño como es un corazón?
Era mi Madre.
Virtudes.
Era todo.
Lo es.
La enfermedad nos la arrancó de las manos sin piedad. Y lloré su muerte sin lágrimas tanto como cada día celebro su vida.
Mi madre amaba la poesía. Venía de tierra y de sangre de poetas. Es por eso que no quise que se fuera tan sólo con el responso de un sacerdote que no la conocía. Ante una iglesia abarrotada y, superando mi dolor y mi pánico a hablar en público, la despedí con los versos que Antonio Machado escribió al perder a su esposa, el amor de su vida:

" Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía,

Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar"



Pasaron unos días y yo flotaba en un limbo de incertidumbre.
De pronto, cogí un lápiz y un papel y empecé a escribir como hacía años que no lo hacía. No podía parar. Mi hermana decía que era mi forma de llorarla.
Tardé tres meses exactos. El 25 de febrero, el día del cumpleaños de mi madre, escribí la última poesía de mi segundo libro, "La fuente de toda poesía".
Mi homenaje a mi madre. Mi regalo para ella. Mi dolor y mi esperanza, y mi deseo de que el mundo conozca apenas una pincelada de su maravillosa persona.

Hoy la recuerdo tanto como todos los otros días, pero hoy hace un año que vivo sin ella.

Si pudiera, la hubiera citado como hizo el gran Miguel Hernández al final de su impresionante "Elegía a Ramón Sijé":

"... A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero"

Pero el poeta se me adelantó.

Hoy me gustaría compartir con mi madre las palabras que nacieron en mi corazón mientras acariciaba su recuerdo:

Tú nunca
te habrás ido
porque vives
en mi latido
y en la vida mía.
Vives en cada luz,
en cada sombra,
en cada pena
y en cada alegría.
En cada acierto
y cada desatino,
veo tu mirada
y veo tu consejo.
En cada recoveco
del camino,
he de sentir
tu aprobación
o tu recelo.
He de notar tu empuje
o tu frenada,
tanto si arranco
como si me paro.
He de vivir
bajo tu fiel mirada,
y he de sentir
cada día tu amparo.




Te quiero, Madre.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Alta poesía



Hace unos meses mantuve una interesante conversación con un conocido cantautor del panorama español. LLegué a él por medio de unos amigos comunes. Yo estaba intentando encontrar un "padrino" (dicen que el que tiene padrino se bautiza, ¿no?) para poder publicar mi nuevo libro, "La fuente de toda poesía". Pensé que sería una buena opción contactar con una figura consagrada para que me orientase dentro del laberíntico mundo editorial del verso. Tengo que decir que la conversación fue muy fluida, me dedicó varios minutos de su preciado tiempo y se mostró atento e interesado conmigo. Pero el resultado no fue el que yo esperaba. Nuestros amigos podían ser comunes pero él no me conocía y me informó de la cantidad de demandas similares a la mía que recibía diariamente. Vino a decirme que mi libro estaba bien pero que él no tenía contactos editoriales, aún cuando ha publicado las letras de sus canciones y algo de literatura infantil. Empezamos una charla en la que yo le expuse mi inquietud por saber qué diferenciaba un libro de poesía publicable de uno que no lo fuese, en qué se basaba alguien para decidir que un libro podía publicarse y otro no. Él me contestó que, seguramente, lo que se publicaba era la alta poesía.

Aquella agradable conversación acabó cordialmente y yo me quedé con ese soniquete: "Alta poesía, alta poesía, alta poesía,..."
¿Qué debe ser exactamente alta poesía?
¿La alta poesía es la que toca la fibra sensible, que no sensiblera, del que la lee tanto como la del que la ha escrito o sólo es alta poesía aquella que se puede diseccionar en una tertulia de intelectuales?

No es mi intención herir sensibilidades, pero yo no planifico lo que escribo. Quizás por eso, es simple. Lo siento y lo escribo. Creo que la poesía puede estar en un pasaje, en una frase, y especialmente, una sola palabra dicha en el momento y el contexto adecuados también es poesía. Si, como dice la famosa frase, "una imagen vale más que mil palabras", tengo por cierto que una sola palabra puede valer por más de mil imágenes. Eso es para mí poesía.

Pero ¿quién mejor que Bécquer hizo la definición?

"¿Qué es poesía?", dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
"¿Qué es poesía?" ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.



domingo, 9 de noviembre de 2008

Mi cajón de sastre





Una inédita:

Mientras leo y releo lo que he publicado y lo que sueño con publicar, voy guardando en mi cajón de sastre todo aquello que toma forma en un momento dado y que se acumula en una carpeta a la espera de su oportunidad. Esta es la última poesía que he escrito. Es concisa y rotunda. A mí me gusta. ¿Qué opináis?

¿Mañana?
No. Mañana, no.
Gracias.
Ya no quiero
más mañanas.
Ya no quiero
más ayeres.
Tan sólo quiero
presentes
que me procuren
placeres.


viernes, 7 de noviembre de 2008

"Esperando la luz"



Nunca pensé en publicar. Nunca sentí esa necesidad. Eso fue hasta que lo hice.
Mi poesía era mía. Mis versos eran yo. Eran mi vida. Eran mis emociones más desnudas. Yo escribía como pensaba, como sentía, como soñaba, como esperaba,... como recibía y como daba.
Si alguna vez me he sentido identificada con una definición de poesía es con la que hizo Fernando Pessoa. El dijo: "Ser poeta no es una ambición, es mi manera de estar solo". Y yo siempre lo he sentido así. La poesía era mi rincón. Hasta que dejó de serlo.
Las personas que me querían, a las que quería, compartían conmigo mis pequeñas incursiones en las letras, y siempre me animaron a publicar. Para ellas, aquello era tan bueno que había que compartirlo con cuanta más gente mejor. Y yo pensaba, ¡son mi familia! ¿qué van a pensar ellas?, y lo dejaba pasar.
Hasta que un día pensé que, quizás yo no sentía esa necesidad, pero podía intentarlo por mi madre. Estaba segura de que a ella la haría muy feliz, así que ¿por qué no intentarlo?. Me puse manos a la obra y de ahí surgió "Esperando la luz". Mi primer libro. Es una recopilación y una criba de mis mejores poemas escritos entre los quince y los treinta y tantos. Hay una evolución de los primeros poemas a los últimos, como la hubo en mí.
Hoy empiezo a compartir con vosotros los poemas de este libro. Los iré mostrando tal y como están numerados en el libro. Espero que, aquellos que no los hayáis leido, disfrutéis con ellos.

1
Sería maravilloso
poder escribir poesía,
sentirle siempre a mi lado,
saber que su vida es mía.

2
Yo me miré en tus ojos una tarde
y me quedé prendida en tu figura.
Tú, sin saberlo, fuiste mi alimento,
manjar más dulce que la miel más pura.

Yo me miré en tus ojos una noche
y fui feliz porque me respondían.
¡Qué poco imaginaba, confiada,
que aquella vez de mí se despedían!

3
Mientras exista una sombra de duda
-inmenso valle de mi fantasía-
guardaré en mi regazo, con ternura,
un motivo, una risa, una locura,
el beso aquel que no me diste nunca,
la mano fuerte que me diste un día.

4
Gracias por haber sido mi aliado
y llenar mi corazón con tu sonrisa.
Una mirada tuya me ha bastado
para cambiar mi llanto en feliz risa.

5
Llorar es un pasatiempo
y el tiempo ya lo perdí.
Lloré por no tener tiempo
y el tiempo me tiene a mí.

Bien, como primera entrega yo creo que basta. Espero que sepáis disculpar la candidez y la absoluta "dulzura" de algunos, pero el amor es así, al menos lo era para mí. Algunas cosas se serenan con la edad.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

CREAR RECUERDOS NUEVOS


Jean Paul Richter dijo: "El recuerdo es el único paraiso del cual no podemos ser expulsados".
¿Paraiso o infierno? ¿Es una liberación o es una cárcel?.
El recuerdo alimenta el amor y el amor, a cambio, diviniza el recuerdo.
He querido hablar del recuerdo, antes incluso que de la poesía, pues es una de lo que yo llamo mis "lecciones de vida".
Hace años, cuando era una jovencita intentando superar su primer descalabro amoroso, descubrí cómo, de repente, la vida nos ofrece una respuesta. De pronto, un rayo de lucidez se abre paso entre los nubarrones que emborronan el entendimiento y el corazón.
Era Navidad. Mi primera Navidad sin él desde hacía 4 años. Mi hermana insistió para que les acompañase a ella y a su novio a comprar los obligados regalos. Fuimos a la zona comercial del puerto de Barcelona. Mi ánimo era opaco. Metida en mi espiral de tristeza, sólo podía ver a gente feliz a mi alrededor, parejas que se querían y se tenían. Y yo estaba sola. Me sentía como si fuera la única persona sola de la ciudad,... del mundo. ¡Le echaba tanto de menos!
¿Por qué había tenido que ir precisamente allí? La última vez que había estado en esas calles había sido con él. Habíamos compartido ese lugar, lo habíamos disfrutado, lo habíamos vivido.
¿Cómo iba a poder volver allí o a cualquier otro sitio donde estuviésemos si, mirase donde mirase, todo me llevaba a él?
Y, de repente, en un arrebato de iluminación divina, me rebelé. Si seguía pensando así nunca podría regresar a ese lugar o a cualquier otro que hubiésemos compartido sin pasar por el peaje del sufrimiento. Y sabía lo que tenía que hacer. Tenía que crear recuerdos nuevos. Lo que venía a mí era una foto del pasado y tenía que cambiarla por una foto del presente.
Así dicho, parece fácil. Y no lo es. Pero es posible.
Ahora, cuando mi mente vuela a ese momento, ya no es con dolor, es con esperanza. Ya no le veo a él, me veo a mí misma sentada en un banco del puerto con la mente despierta y el corazón alegre porque había dado un paso adelante y ese iba a ser uno de los recuerdos más importantes de mi vida.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Una ventana a... ¿qué?

Sería muy presuntuoso por mi parte pretender definir el verso, la poesía, la palabra, ... Pero sí quisiera poder expresar lo que significan para mí, lo que han sido y lo que espero que sean en mi vida.
Desde esta ventana abierta, después de alguna que otra puerta cerrada, espero poder ofrecer una parte de mí para compartirla con aquellos que pudieran estar interesados, y conmigo misma, leyendo, releyendo y descubriendo siempre algún pequeño matiz escondido u olvidado.
Escribir, componer, crear,... Versar. Me gustaría poder versárme en aquello que aún no he descubierto, ¡y hay tanto por descubrir! Espero ayudar a versar aunque sólo sean algunos segundos de la vida de aquel o aquella que me lean. Versémonos juntos y veámos qué pasa.