
Nunca me gustaron los calvos… hasta que apareció Sean Connery en “El nombre de la rosa” para hacerme ver lo poco que importa un poco más de pelo sobre la frente para que una esté dispuesta a seguir a alguien hasta la Edad Media si hace falta.
Siempre me gustaron los hombres altos… hasta que apareció Él para demostrarme lo poco que importan unos centímetros en la verdadera altura de un hombre.
La Belleza…
La Belleza no la captan los ojos, la capta la cabeza, el alma, el mismo cuerpo en su conjunto, y sobre todo el corazón. Y no voy a decir que yo me enamoro solamente del interior, como oí una vez, yo nunca me he enamorado del hígado de nadie. Lo que afirmo es que, una vez me enamoro, esa es la Belleza. No hay nadie más bello que mi amado, independientemente de sus medidas, de su contorno, del largo de su melena, o del color de sus ojos, porque no puedo encontrar nada más bonito que su piel, su pelo, su boca, su mirada, su altura, su complexión y… su interior (hígado incluido).
Los ojos gritan el amor, no pueden evitarlo. Cuando amas a alguien no puedes dejar de mirarle. De ahí expresiones como "comer con los ojos".
Los que me van conociendo poco a poco, saben que mi canción favorita es "Can't take my eyes off of you" (No puedo apartar mis ojos de tí). Creo que me ha gustado desde la primera vez que la oí, y no me canso de hacerlo. Cuando lo hago, me siento como si volara. Es una declaración de amor maravillosa, y es así como yo creo que se vive el amor, sintiendo, gustando, tocando, oliendo,... y por supuesto, mirando. Mirando siempre. Mirando a todas horas. Acariciando al amor con la mirada.
¿No es acaso por los ojos por los que se sabe que alguien está enamorado?
Ya lo dijo el poeta:
Cuando pasas por mi lado
sin echarme una mirada,
¿no te acuerdas de mí nada,
o te acuerdas demasiado?
A lo que yo contestaría:
De mil colores,
cada vez que me miras,
se viste mi alma.